Algo bastante común que encontramos en la mayoría de nuestros clientes que han adoptado prácticas de gestión de proyectos es que, con el tiempo (a veces demasiado), su cartera se irá alineando con la dirección estratégica de su organización.
Un enfoque habitual para abordar este tema de verificar la alineación, es mediante la evaluación del aporte de los proyectos individuales a los objetivos comerciales y/o generales estratégicos.
Si bien esto es válido en teoría, en la práctica falla mucho más a menudo que lo que uno quisiera como consultor y de lo que desean las organizaciones.
Una suposición permanente y casi omnipresente, es que la organización tiene un plan estratégico bien definido contra el cual se puede evaluar objetivamente la alineación de los proyectos.
Desafortunadamente, la mayoría de las organizaciones no invierten el esfuerzo requerido para crear, perfeccionar y mantener un plan estratégico que contenga objetivos que pasen la prueba de los criterios SMART (Por sus siglas en inglés para Específico, Medible, Alcanzable, Relevante y Temporal).
Por ejemplo, podemos decir: “Queremos que nuestra empresa sea el proveedor elegido”.
Si vemos este tipo de objetivo como alguien en un comité de evaluación de proyectos, es lo suficientemente abierto como para permitir que casi cualquier proyecto reclame estar alineado.
Por otro lado, si aplicamos los criterios SMART al objetivo y declaramos "Queremos que nuestra empresa sea uno de los cinco principales proveedores del rubro según la cámara empresaria para el siguiente año calendario", estamos mucho mejor posicionados para:
Esperar que un solicitante o patrocinador del proyecto especifique explícitamente cómo planea lograr este objetivo
Tener un método para evaluar si logramos o no este objetivo
Este último punto es fundamental, ya que, sin él, nada impediría que los solicitantes o patrocinadores de proyectos, inflen demasiado las propuestas de valor de los suyos.
Entonces, ¿cómo hacemos que esto funcione en nuestras organizaciones?
Si los ejecutivos o la dirección no pueden o no quieren definir los objetivos SMART como parte de su plan estratégico, poco podemos hacer, y nuestro trabajo, al menos desde nuestra óptica, sería convencerlos de hacerlo y ayudarlos a conseguirlo.
En caso de tener éxito en esto, lo siguiente será bajar de los objetivos generales a objetivos puntuales a los cuales se les pueda asignar proyectos para conseguirlos.
Si esto no es efectuado, los sponsors de nuestro proyecto deben lanzar una iniciativa para que los objetivos puntuales se destilen de los objetivos de alto nivel y así tratar de evaluar la alineación de nuestro proyecto.
Claro que podemos adoptar un enfoque subjetivo para considerar con qué objetivos de alto nivel un proyecto puede estar alineado, pero esto difícilmente puede usarse para facilitar la selección o priorización de proyectos.
Existen muchas formas de priorizar proyectos, pero lo principal es que los mismos acompañen los objetivos de la organización y permitan conseguirlos, pudiendo medir el impacto generado por los mismos.
Y una cosa más, por el bien de nuestra empresa, debemos asegurar que los beneficios presentados para dar curso a un proyecto, además de ser medibles, se verifiquen consistentemente a medida que se avanza en los mismos, ya que, por experiencia, es algo que raramente se hace en el seguimiento y revisión de proyectos.
Si te interesó la nota, es hora de hacerte estas preguntas…
¿Tiene tu empresa un plan estratégico actualizado y con objetivos claros?
¿Pasan tus proyectos por una revisión de alineación con los objetivos estratégicos?
¿Priorizas tus proyectos en función de la consecución de los objetivos estratégicos?
¿El plan estratégico y sus objetivos están bajados a objetivos puntuales que se necesiten alcanzar en distintas áreas de la organización?
¿Trabajan los objetivos para que estén definidos en forma SMART?
Si alguna respuesta es negativa, sabemos cómo ayudarte.
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