Las grandes decisiones generalmente surgen después de una cantidad considerable de investigación, discusiones sobre las opciones disponibles, definición de los criterios para elegir entre ellas, y un extenso análisis sobre los pros y los contras de cada opción posible.
Este conjunto de tareas puede llevar meses, y después de haber invertido tanto tiempo en elegir la mejor opción, lo último que queremos hacer a menudo los participantes de este esfuerzo, es rechazar la idea por completo y quedarnos con las cosas como están.
Pero, ¿seguir adelante es realmente lo mejor que podemos hacer?
Esta pregunta es solo el disparador de otras muchas que le van dando forma a un escenario de análisis que debe permitirnos tomar una decisión.
Las más usuales son las siguientes:
¿Ha cambiado el entorno desde que comenzamos a considerar el cambio?
¿En vista de las nuevas condiciones, vale la pena seguir adelante con la opción elegida?
¿El costo de realizar el cambio es mayor que el beneficio que recibiremos de él?
¿Hemos tenido recientemente problemas en el flujo de caja de la organización, por lo que ahora no podemos realizar el cambio, incluso si es valioso y útil?
¿Tenemos los recursos no monetarios disponibles para afrontar el cambio o debemos esperar la oportunidad?
¿Está madura nuestra organización para aceptar el cambio e internalizarlo?
Al decidir si seguir adelante o no, debemos darnos cuenta que el tiempo y el dinero que ya hemos gastado en el proyecto son "costos irrecuperables", costos hundidos, y que debemos dejarlos atrás para la toma de decisiones.
La evaluación sobre si avanzar o no, debe ser objetiva, desapasionada y basada en la realidad de nuestra organización en el momento del análisis, cosa que requiere mucha madurez intelectual y emocional.
Recuerdo que, trabajando en una multinacional muy grande, muy ordenada, y con procesos muy firmes, existía un documento llamado Ciclo de Desarrollo de Proyectos, con 8 etapas, que iban desde el reconocimiento del problema a resolver, hasta la implementación de la solución, pasando por etapas como análisis de viabilidad, estructuración, especificación funcional, diseño, construcción y prueba piloto, y al final de cada una, había una evaluación obligatoria sobre seguir o no seguir, por lo que el proyecto podía ser dado de baja en cualquiera de ellas, por supuesto, con el dolor asociado de los que trabajamos en esos proyectos.
Tenemos que considerar que la incertidumbre, es uno de los mayores obstáculos a los que nos enfrentamos en la toma de decisiones, y muy pocas las tomamos con pleno conocimiento de las consecuencias, sumando a esto los continuos cambios de escenario.
Por ello, hacer un frecuente análisis de avanzar o no durante el proceso, no solo es válido sino muy aconsejable.
Lo más importante entonces es tener un proceso metódico para tomar la decisión y utilizar herramientas sólidas y toda la información de que se disponga para hacerlo.
Con esto conseguido, es mucho más fácil hacer lo que debe hacerse en cada paso del camino.
El tema es que, muchas veces, el peso del pasado, particularmente lo ya invertido, toma demasiada relevancia, y caemos en el pensamiento erróneo del “ya llegamos hasta aquí, así que sigamos”.
Y no solo lo ya invertido, sino muchas veces también el orgullo de los participantes que consideran que no seguir es una mancha en sus carreras, o un motivo de escarnio.
Somos humanos, esto nos pasa, pero si estamos alertas y dejamos de lado esa sensación de que está en juego nuestro honor, es más probable que tomemos las decisiones correctas.
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