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Riesgos, aprendizajes y la felicidad de no estancarse


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Reconozco que he tenido una dosis inusual de suerte en la vida: buena salud, un matrimonio que sigue siendo una aventura, amigos que me desafían intelectualmente y una carrera que, contra todo pronóstico, ha sido mucho más gratificante de lo que jamás imaginé.


Pero no me malinterpreten: no soy un caso típico. 


Aun así, si tuviera que resumir estos últimos años en una palabra, sería "movimiento".


No el movimiento físico (aunque también, porque el sedentarismo es el enemigo silencioso y las artes marciales siguen siendo parte de mi vida), sino ese impulso constante de probar, equivocarse, aprender y volver a empezar.


Como decía Nietzsche:

"El que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo".

Y vaya que he tenido mis "cómos" complicados… 


Cuando la vida te dice "no llegarás a viejo" (y tú decides no hacerle caso) 

De pequeño, pasé dos semanas en el hospital en las que no sabían si vería el día siguiente.

Las damas rosadas (unas señoras voluntarias que cuidaban a los internados, y que recuerdo con mucho amor), pasaban y me acariciaban la cabeza diciendo “angelito…”


A los 18 escapé de la dictadura en mi país, por la cual varios de mis amigos de aquella época están aún en la lista de desaparecidos.


Luego un cáncer siendo adulto (por suerte superado) y, más tarde, un vuelco en un accidente de auto donde nací de nuevo.


Varios en mi círculo de relaciones pensaban que no llegaría a viejo.

Curiosamente, tenían razón… pero no en el sentido que ellos creían. 


No morí es esas oportunidades (afortunadamente), pero aprendí a fuerza de golpes y voluntad, a vivir como si el tiempo fuera limitado.


¿Por qué postergar lo importante?

¿Para qué esperar el "momento perfecto" si la perfección es una quimera?


Aquella predicción fallida se convirtió en mi mejor lección: la vida no es una línea recta, sino un viaje lleno de desvíos inesperados y requiere asumir riesgos.


La década de los riesgos (y por qué valieron la pena) 

Si tuviera que elegir los últimos diez años de mi vida con una sola imagen, sería la de un equilibrista caminando sobre una cuerda floja.

No por temerario, sino porque descubrí que el crecimiento está del otro lado del miedo. 

  • Cambios profesionales que me sacaron de la zona de confort (¿quién dijo que un programador no podía ser también empresario, consultor, coach y conferencista?). 

  • Proyectos que parecían locuras (hasta que dejaron de serlo). 

  • Decisiones que asustaban (y que, mirando atrás, fueron las mejores). 


Como dijo alguna vez Eleanor Roosevelt:

"Haz cada día algo que te asuste un poco".

Y puedo asegurarles que lo he aplicado. 

 

¿Qué pasa cuando dejas de preocuparte por el "qué dirán"? 

(Respuesta corta: que empiezas a vivir). 

Hubo un tiempo en que me obsesionaba con la imagen, con encajar, con cumplir expectativas ajenas.

Hasta que un día entendí que el único juicio que importa es el propio.


¿El resultado?

Menos estrés, más autenticidad y, curiosamente, más éxito.

Porque cuando eres tú mismo, atraes a las personas y oportunidades correctas. 


La felicidad no es un destino, es el camino 

Aquí va una confesión: no creo en la búsqueda de la felicidad como un estado permanente.


La vida tiene días grises, momentos de duda, y fracasos que duelen.

Pero justo ahí está la magia: en abrazar el desorden. 

  • ¿Aprendí más de mis errores que de mis aciertos? Absolutamente. 

  • ¿Hubo veces que quise tirar la toalla? Claro que sí, pero resistí.

  • ¿Volvería a arriesgarme? Sin dudarlo. 


Porque, como escribió Borges:

"Ya somos el olvido que seremos".

Y prefiero que ese olvido esté lleno de historias que contar, no de arrepentimientos por lo que no intenté. 


Preguntas incómodas (pero necesarias) 

Para cerrar, te dejo unas pocas preguntas que a mí me han servido como brújula: 

  1. ¿Estás postergando algo importante por miedo al fracaso? 

  2. ¿Vives para cumplir expectativas ajenas o las tuyas propias? 

  3. Si supieras que el tiempo es limitado (dato de la realidad: Lo es), ¿qué cambiarías hoy mismo? 


Conclusión: El único riesgo real es no arriesgarse 

Los pronósticos sobre mi vida fallaron, pero me dejaron una verdad: vivir "seguro" es la forma más lenta de morir.


Estos años me han enseñado que la vida no se mide en certificados, sino en experiencias; no en aplausos, sino en libertad. 


Así que, si algo queda claro, es esto: el día que dejes de moverte, empezarás a desaparecer.

Y yo, por lo pronto, elijo seguir aquí, tropezando, riendo y, sobre todo, viviendo.

Y el día que me muera, estoy seguro que habré dejado una marca.


¿Y tú? ¿Qué eliges?


PD: Si este texto te movió alguna fibra interna, me encantaría leer tu historia.

¿Cuál ha sido tu riesgo más valioso?


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