Seguro que todos hemos escuchado la fábula de la tortuga y la liebre, esa historia que nos enseñaron de niños y que, con el paso del tiempo, sigue resonando en nuestra cabeza.
La historia es simple: una liebre, confiada en su rapidez, reta a una tortuga a una carrera, y todos sabemos cómo termina: la liebre se duerme en sus laureles y la tortuga, constante y decidida, termina ganando.
Este cuento nos sirve para ilustrar una diferencia crucial en el mundo de los negocios y la vida misma: la diferencia entre agilidad y rapidez.
Rapidez: La Liebre en Acción
La rapidez es lo que normalmente asociamos con velocidad, es la capacidad de hacer algo en el menor tiempo posible.
Cuando pensamos en rapidez, pensamos en la liebre: veloz, ágil en el sentido más básico, capaz de recorrer distancias en un abrir y cerrar de ojos.
En el mundo moderno, la rapidez se ve en ejemplos como el tren bala, que alcanzando velocidades de más de 300 km/h, nos lleva de un lugar a otro en tiempo récord.
Pero, ¿qué pasa cuando hay un obstáculo en el camino?
Un imprevisto puede detener incluso al tren más rápido, y el camino será uno solo, predefinido e inalterable.
Otro ejemplo claro es el avión. Los aviones comerciales pueden volar a más de 900 km/h, cruzando océanos y continentes en cuestión de horas, sin embargo, cuando las condiciones climáticas son adversas, los aviones se ven forzados a reducir su velocidad o incluso aterrizar y deben seguir rutas fijas manteniendo indicaciones, y ni hablar de los preparativos para despegar o aterrizar.
Aquí es donde entra la diferencia con la agilidad.
Agilidad: La Tortuga en Movimiento
¿Podríamos decir que la tortuga es ágil?
Raramente afirmaríamos esto, pero la agilidad no se trata solo de ser rápido, tiene otros condimentos.
La agilidad es la capacidad de adaptarse, de ser flexible y de cambiar de dirección cuando sea necesario sin perder el ritmo.
Es la capacidad de responder a las circunstancias de manera efectiva y eficiente.
La tortuga, aunque lenta, también representa la agilidad.
Cada paso que da es firme y seguro, no se apresura, pero tampoco se detiene y cuando encuentra un obstáculo, lo supera con paciencia y determinación.
Otro buen ejemplo de agilidad es la bicicleta.
Aunque no es tan rápida como un tren bala, la bicicleta puede moverse por caminos estrechos, sortear obstáculos fácilmente y cambiar de dirección en un instante.
La bicicleta no depende de vías o de condiciones ideales, puede moverse tanto en una carretera asfaltada como en un sendero de montaña.
Esta capacidad de adaptarse a diversas condiciones y seguir avanzando es lo que define la agilidad.
Otro ejemplo es el vuelo de un pájaro.
A diferencia de un avión, un pájaro puede cambiar rápidamente de dirección en el aire, volar bajo para evitar una tormenta o posarse en un árbol si es necesario y volver a volar cuando lo decida.
Esta capacidad de adaptarse y cambiar de rumbo sin perder el objetivo es lo que hace al pájaro un ejemplo perfecto de agilidad.
La Importancia del Tamaño
A menudo, asociamos rapidez con grandes y/o poderosas máquinas (Un jet, un fórmula uno, un tren bala) y agilidad con pequeños seres (una ardilla, una lagartija, un ratón).
Esto no siempre es así, pero es cierto que el tamaño puede influir en la capacidad de ser ágil.
Un gran elefante puede ser rápido en sus movimientos, pero difícilmente podrá cambiar de dirección con la misma facilidad que una pequeña ardilla.
En el ámbito empresarial, las grandes corporaciones pueden tener la capacidad de moverse rápidamente, pero a menudo carecen de la flexibilidad para adaptarse a cambios rápidos en el mercado.
En contraste, una pequeña empresa puede no tener la misma velocidad en términos de recursos, pero su tamaño les permite pivotar y adaptarse a las necesidades del mercado con mayor facilidad.
Aplicando la Fábula en la Vida Real
En la vida diaria y en los negocios, es crucial entender cuándo es necesario ser rápido y cuándo es mejor ser ágil.
En muchos casos, la combinación de ambas cualidades es lo ideal y es lo que los conceptos de agilidad tienen incluido.
Tomemos el ejemplo de una situación de emergencia.
Aquí, la rapidez es esencial.
La capacidad de actuar rápidamente puede salvar vidas, pero, ¿qué pasa después de la emergencia inicial?
La capacidad de adaptarse a las nuevas circunstancias y de reorganizarse para enfrentar los retos es donde entra la agilidad.
En el mundo empresarial, esta distinción es aún más evidente.
Las empresas que solo se enfocan en ser rápidas pueden perderse en el camino, incapaces de adaptarse a los cambios del mercado.
En cambio, aquellas que entienden la importancia de la agilidad pueden moverse con la rapidez necesaria cuando se requiere, pero también tienen la flexibilidad para cambiar de rumbo y adaptarse a nuevas realidades.
Uno de los puntos que trae la agilidad consigo es un menor “time to market” que implica menos tiempo para tener algo listo, y esto no es por ser más rápido, sino por adaptarse rápido a los cambios y desechar la burocracia y los formalismos innecesarios.
La Sabiduría de los Clásicos
Como dijo Charles Darwin, "No es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que responde mejor al cambio".
Esta cita subraya la importancia de la agilidad sobre la rapidez, porque, en un mundo en constante cambio, la capacidad de adaptarse es más valiosa que la simple velocidad.
Otra cita que resuena en este contexto es la que Bruce Lee deslizó en una entrevista: "Be water, my friend".
Ser como el agua significa ser adaptable, fluido, capaz de cambiar de forma y de dirección según las circunstancias.
Esta filosofía es la esencia de la agilidad.
Conclusión
La fábula de la tortuga y la liebre nos enseña una lección valiosa: no siempre el más rápido es el que llega primero, y no por falta de agilidad, sino por confiarse demasiado en la rapidez.
En un mundo donde la rapidez se valora, no debemos olvidar la importancia de la agilidad, de la constancia, y de no dar nada por sentado.
Ser rápido puede ser útil en ciertos momentos, pero ser ágil nos permite enfrentar y superar los desafíos con éxito y mantener la continuidad del negocio.
En nuestras vidas y en nuestras carreras, debemos buscar el equilibrio entre rapidez y agilidad y nunca dormirnos en los laureles.
Debemos ser capaces de movernos rápido cuando sea necesario, pero también de adaptarnos y cambiar de rumbo cuando las circunstancias lo requieran.
Como la tortuga, debemos avanzar con firmeza y determinación, adaptándonos a cada obstáculo en el camino, así, podremos no solo llegar a la meta, sino hacerlo de manera segura y efectiva, y, si además es rápido, mejor.
Preguntas
Aquí tienes cinco preguntas clave para que tu empresa se autoevalúe en cuanto a como están posicionados entre agilidad y rapidez:
¿Tiene tu empresa procesos establecidos que permiten una rápida toma de decisiones en situaciones críticas?
¿Cuentan con la flexibilidad necesaria para adaptarse rápidamente a cambios en el mercado o en las necesidades de los clientes?
¿Disponen de equipos multifuncionales capaces de cambiar de rumbo rápidamente sin afectar la productividad?
¿Sus políticas y procedimientos fomentan una cultura de innovación y adaptación continua?
¿Utilizan herramientas y tecnologías que faciliten tanto la rapidez en la ejecución como la agilidad en la adaptación?
Estas preguntas ayudarán a tu empresa a reflexionar sobre su capacidad para ser rápida y ágil, identificando áreas de mejora para equilibrar ambas cualidades.
Y, si las respuestas que obtuviste no te conformaron, nosotros podemos ayudarte, ya que hace más de 20 años que trabajamos sobre la agilidad.
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