Asunción, Barranquilla, Buenos Aires, Cincinnati, Córdoba, Dallas, La Habana, La Haya, La Paz, Las Vegas, Londres, Madrid, México DF, Miami, Monterrey, Montevideo, Nueva York, Rio de Janeiro, Saltillo, San Pablo, Santiago de Chile, … y mucho más.
Mi vida laboral está llena de infinidad de viajes para reuniones, charlas, presentaciones, conferencias, salvo durante la pandemia, la cual me obligó a quedarme un poco quieto.
Siempre hubo muchos aviones, aeropuertos, hoteles, paisajes, fábricas, oficinas, salas de conferencias y despachos, pero no trabajaría en esta profesión si eso fuera todo lo que puedo recordar.
Hago lo que hago porque en realidad, lo importante se trata de las personas con las que me encuentro en el camino.
El botones del hotel en Miami que me ayudó a armar el stand cuando había terminado su turno, no tenía ninguna obligación y se iba ya para su casa.
El jefe de desarrollo que me pidió incluirlo en una capacitación para la cual no estaba anotado y me agradeció todos los días durante los quince que duraron los cursos en La Habana.
El mozo en Cincinnati que nos explicó disculpándose que habíamos entrado a un restaurant donde habitualmente come gente solo de raza negra y no quería que nos sintiéramos incómodos (¿?).
El grupo de gente de IBM que en Atlanta me vieron solo en el bar de hotel y me invitaron a tomar unas cervezas con ellos.
El tucumano que una noche en un bar me invitó a jugar pool sin conocerme y me hizo recorrer Tucumán con su novia, buscándome todos los días en el hotel después del trabajo, y con quien seguimos siendo amigos después de 30 años.
El gerente de una empresa cliente de Misiones que me ofreció su casa para mis estadías allí porque quería que me sintiera más cómodo.
El operario de un depósito de combustible en el interior de Argentina que me invitó a comer a su casa porque vio que yo me quedaba trabajando a la hora del almuerzo, disculpándose todo el tiempo por lo humilde de su morada.
Y muchos más, que, si leen esto, sabrán que los recuerdo con mucho afecto…
A veces pensamos que nuestro trabajo es lo más importante, o las reuniones y las presentaciones de ventas, pero, en lo profundo, todo se trata de la gente.
Demasiadas veces nos encontramos enfocados más en la tarea que en las personas y creo que nos perdemos lo mejor de nuestro trabajo que es el relacionamiento con otros, a veces totalmente atado a la tarea, pero muchas otras totalmente independiente.
Aunque siempre sentí que se trataba de personas, a veces, con el peso del deber, me involucraba tanto en el trabajo que todo el mundo parecía ser una máquina que tenía que hacer una tarea específica y entonces solo esperaba cumplimiento.
Pero en realidad, es el compromiso de la gente el que da resultados excepcionales, no solo el cumplimiento, y para ganar el compromiso, uno tiene que volver a centrarse en ellos.
Se necesita mucha autodisciplina y humildad para dar un paso atrás y reconocer la contribución de las personas y esto lo aprendí de la manera más difícil cuando uno de los miembros de mi equipo me avisó que renunciaba.
Fue después de 6 meses, y con motivo de su salida, que finalmente me senté con él y me sorprendió descubrir lo insensible que había sido con sus contribuciones, dando todo por sentado y no viendo dónde había hecho un esfuerzo adicional, ni dónde había sido necesario mi apoyo.
Cuando nos enfrentamos a tantos mails, mensajes de voz, compromisos laborales y reuniones todos los días, a veces es difícil recordar que son las personas las que nos impulsan (o debieran) a muchos de nosotros.
Muchas veces cuando salía de mi oficina al final del día, estaba exhausto, pero caminaba por la empresa y hablaba con mis colaboradores y esto me hacía sentir vital de nuevo.
En realidad, la razón por la que hago el trabajo que hago no es porque me encanta escribir mails, viajar u hospedarme en hoteles, lo hago por la gente que veo o hablo todos los días y de los cuales siempre aprendo.
La gente con la que me relaciono es lo que verdaderamente hace que mi trabajo valga la pena.
¿Y qué es lo que hace que valga la pena el tuyo?
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