Puedo decir sin temor a equivocarme que, la gran mayoría de nosotros, hemos visto publicaciones de búsquedas de profesionales para ocuparse de áreas o equipos, con el requisito de ser “hands-on”, es decir, meter las manos en el barro cuando sea necesario.
Y realmente aplaudo que este sea un requisito, porque intenta prevenir la postulación de aquellos que piensan que pueden dirigir desde un pedestal, sin verse demasiado involucrados, ni mancharse con la grasa de la operación diaria.
La verdad es que nuestros equipos necesitan vernos implicados, peleando en el frente de batalla, acompañando desde el llano, arremangándose cuando hace falta, y viviendo la misma experiencia que ellos.
¿Pero esto basta?
Quizás si, y quizás no…
Y la negativa viene del hecho que, muchas veces, se necesita algo más que uno más en la lucha, se necesita el factor motivador, la aplicación de la emoción, el compromiso desde las tripas, la creación de la mística, el uso del lubricante que proviene de los sentimientos, eso que hace a los grandes líderes, y que es mucho más que poner las manos, es poner el corazón en lo que hacemos.
Si pensamos cuántas veces aparece este requerimiento en una búsqueda, veremos que no es para nada usual, y no creo que sea porque no se considere, sino quizás, por temor a que sea tomado como algo poco profesional, fuera de los cánones que debe seguir una empresa en una búsqueda de un puesto jerárquico.
Lo peor, es que si no lo buscamos con estas características, perdemos una gran oportunidad, porque los equipos de excelencia tienen líderes que son “heart-on”, y por eso consiguen los objetivos que persiguen, de manera sistemática.
Por supuesto que una cosa no invalida la otra y que, además del corazón, muchas veces hay que poner no solo las manos sino todo el resto del cuerpo en la partida.
El problema es que, por costumbre o cultura, muchos líderes creen que poner los sentimientos en juego con su gente los deja mal colocados, vulnerables, demasiado accesibles y con riesgo de perder autoridad y por eso ven esto con malos ojos.
Pero el tema es que, si basan su trabajo en la aplicación de la autoridad y se mantienen lejos de los miembros de su equipo, no están generando un relacionamiento sano y que dé buenos frutos, al menos en el mediano o largo plazo.
En mi caso particular, siempre fui de los que bajan a la trinchera, pero no solo a embarrarme sino a hacer amigos, a entender por donde pasaba la vida de mi gente, a abrir espacios de cariño representados en un abrazo, una palabra de aliento o una palmada en la espalda, todo desde el corazón y no como pose.
Según mi experiencia, la lealtad que se consigue así es mucho mayor, y así lo es el soporte, el esfuerzo por conseguir los objetivos y el sentido de grupo que prima en los equipos de alta performance.
De cualquier manera, no me animo a decir que esta es una verdad suprema, es solo mi experiencia, y la de muchos otros que conozco, que practicamos este tipo de liderazgo, no como algo aprendido, sino como parte de nuestra naturaleza.
Peter Drucker decía que la gestión es hacer las cosas, y el liderazgo es hacer las cosas correctas, y somos muchos los que pensamos que las cosas correctas son las que se hacen con el corazón.
¿Y en tu caso?
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