"¡¡Deténgase!!"
Es algo que nadie que conozca quisiera escuchar en un megáfono detrás de su auto.
Pero pensándolo bien, tal vez escuchar esa orden a un volumen realmente alto es la única forma en que alguna vez moveremos nuestro pie del acelerador al pedal del freno y nos detendremos.
El trajín diario, el estrés, el poco tiempo para hacer muchas cosas, hacen que vivamos acelerados, que siempre vulneremos los límites de velocidad, y no solo estamos hablando del auto.
El tema es que, al estar así de acelerados, incluso lo que nos dicen o nos piden, queda de lado, no por ignorarlo conscientemente sino por pasar de largo y no escuchar, aunque estemos sentados en nuestra oficina o nuestro sillón preferido de casa, pareciendo relajados.
Nuestra mente, ocupada con problemas y tareas pendientes, debe pasar por encima de muchas cosas y entre ellas, esa conversación, pedido o simple saludo que alguien hizo, pero que para nosotros fue ruido ambiente, desdibujado por la velocidad de nuestros pensamientos.
¿Cuántas veces alguien nos reclama algo diciendo “te lo dije, pero no me escuchaste” o “hablé contigo, pero no me prestaste atención”?
Personalmente, creo que le pasa a todo el mundo, porque vivimos a mil por hora tratando de estar en todo, pero perdiendo el hilo de la mayoría de las cosas en el camino.
Nuestra mente no tiene un poder infinito, y aunque tenga mucha capacidad, en algún momento no puede con todo y llega a su límite, obviando mensajes, o suprimiéndolos como ruido de fondo.
Ahí es donde un grito o una palabra en voz más alta de lo acostumbrado, hace el milagro.
A veces. ese grito nos impacta, nos pone en nuestro lugar, nos hace detenernos, como un semáforo que acaba de ponerse en rojo.
Hace que prestemos atención a eso que dejó ser ruido ambiente y se transformó en una señal de alerta que nos inmoviliza mentalmente y nos hace atender el mensaje.
En mi caso, soy un convencido y practicante de las buenas formas y la charla suave y sé que son convincentes, pero me doy cuenta que, si bien me siento cómodo en el modo suave, no siempre funciona.
Claro está que tampoco funciona el estar siempre a los gritos, porque los oídos se acostumbran, asimilan esto al ruido ambiente, y dejan de prestarle atención.
Por eso, la comunicación efectiva tiene que ver totalmente con lo que provoquemos en el otro con nuestro mensaje y su entendimiento total, no con lo que nosotros sintamos, pensemos o creamos sobre ello.
Alejandro Casona, un poeta y dramaturgo español del siglo pasado, decía “No es más fuerte la razón porque se diga a los gritos.”, aunque muchas veces es la única manera de hacer que el otro entre en ella o al menos, que pare para escucharla.
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