Una revolución (del latín revolutio, "una vuelta") es un cambio social fundamental en una estructura de poder o una organización, que toma lugar en un período que será variable dependiendo de la estructura de la misma.
Aristóteles, hablaba de las revoluciones políticas y describía dos tipos de revoluciones, la que cambia por completo el sistema existente y la que lo modifica.
Bien, si lo llevamos al campo empresarial, las organizaciones también tienen estos dos tipos de revoluciones o debieran tenerlas cuando la presión del adentro o del afuera, así lo ameritan.
Las estructuras de trabajo sólidas e inalterables de principios del siglo pasado ya no son posibles en el mundo actual, y mucho menos en los países emergentes, donde todo es relativo y existe mucha volatilidad de los entornos.
A esto agreguemos el cada vez más corto periodo del recambio tecnológico, que deja rápidamente obsoleta nuestra maquinaria productiva (sea esta una máquina física o nuestro conocimiento técnico).
Por supuesto que es mejor ir acomodando las cosas progresivamente, pero a veces, cuando hay cambios bruscos en los escenarios o cambios de timón internos, no tenemos tiempo de ser graduales y las revoluciones se hacen necesarias.
La mayoría de las veces, bien lideradas terminan en una situación mejor que la original.
Muchas veces, si bien el objetivo puede estar claro, las formas y las estructuras no lo están y entonces se avanza a prueba y error, en iteraciones sucesivas después del primer embate, en las cuales se van asimilando también los cambios que la misma revolución genera.
Nada permanece igual a como estaba antes de un cambio de magnitud.
Quizás desde fuera, esto pueda ser visto como un descontrol, especialmente por aquellos que consideran que lo estático es lo mejor porque es más controlable, que los cambios de estructura traen desorden (lo cual es cierto al menos en lo inmediato), y que dejar las cosas como están (no innovar) es lo más sano.
Ante esto, lo que se puede decir es lo que reza el dicho popular “cuando el río suena, agua trae”, y si hay “ruidos” en la organización el cambio es necesario, ya que de no producirse formalmente y dirigido desde la cabeza de la organización, informalmente van a comenzar a suceder cosas, y estas no estarán del todo a la vista, serán subterráneas y poco controlables, llegando al punto en el cual, al salir a la luz, el camino al desastre ya no pueda ser modificado.
Si aceptamos que el cambio es una constante en nuestra sociedad actual, es muy difícil sostener que la estructura organizativa puede quedar inalterable ante los mismos.
Como a un caballo salvaje que necesitamos para movilizarnos, al cambio hay que subirse y domarlo como condición excluyente, o él nos dejará en el suelo en la primera oportunidad.
Por otro lado, hay que perderle el miedo a las reformas profundas y a los cambios de procesos, porque si los hacemos con nuestra gente, le permitimos opinar y proponer, en general, la gran mayoría de estas sacudidas nos dejarán bien parados.
Claro que el secreto está justamente en hacer participar a nuestro capital humano, porque así habrá compromiso, todos asumirán la responsabilidad, y todos compartirán el objetivo.
Difícilmente tengamos éxito de no hacerlo.
Si no es de esta forma, quizás no estamos generando una revolución, que casi por definición requiere de un apoyo masivo. Tal vez solo fomentemos un “golpe de estado” de unos pocos disconformes, algo que absolutamente siempre, más tarde o más temprano, genera grandes resistencias…