Soy un ferviente creyente en eso de aprender de los errores, y creo que por eso cometí muchos en mi vida laboral.
Pero uno de los principales fue el hecho de tratar de no recibir malas noticias dentro de mis funciones.
Hubo un tiempo que estando en una empresa como gerente de organización y sistemas, en la oficina y sobre mi cabeza, tenía un cartel que rezaba:
“Esta es la oficina de organización y sistemas,
la de milagros se ha mudado de edificio”.
En aquel momento, me parecía genial porque incluso los que venían lo tomaban con buen humor, pero me di cuenta que mis colegas estaban un poco reticentes a pedir cosas nuevas, y usualmente comenzaban la charla con un “no sé si esto podría considerarse un milagro, pero tengo un problema y necesito…” con lo cual detecté la molestia que generaba ese cartel.
Claro, entendí que ellos no tenían por qué saber cuán difícil podía ser la resolución a un tema que los aquejaba y que mi función estaba en darle alternativas posibles de solución y no ignorar las necesidades, por más que me parecieran desvaríos o sueños inalcanzables.
Mi función era detectar la verdadera necesidad y darle una solución que estuviera a mi alcance.
Por supuesto saqué el cartel, pero en breve comencé a usar un latiguillo... “Si me traes un problema, tráeme la solución que imaginas”, tratando de que mi oficina no fuera un depósito de problemas y mala onda, sino que fuera un espacio donde discutir alternativas de solución”.
Esto no fue sin pensarlo.
Realmente creía que, quien había detectado un problema lo hacía por comparar la situación real con una deseada que consideraba correcta, lo cual no está para nada lejos de la realidad, pero, hacía falta tomar consciencia de ello y nuevamente esto funcionaba como un filtro o un bloqueo, ya que muchos no se animaban a plantear soluciones, porque no se consideraban capaces o no era su función…
Nuevamente cambié mi táctica, y es la que sigo usando hasta ahora, y es…
¡Bienvenidos sean los problemas porque nos dan la oportunidad de mejorar!
Generar esta cultura no es sencillo, cuesta horrores.
Hay mucho miedo en la gente de quedar como el que siempre trae problemas, y aún no existiendo el cartel o la frase, los autofiltros funcionan y muchas veces las personas se autoexcluyen, se limitan, no por falta de ganas, sino por temor al ridículo o a ser vistos como “pájaros de mal agüero”.
Lo primero que hay que trabajar para generar una cultura donde los problemas circulen libremente y la gente sume su esfuerzo o ideas en la solución, es convencerse uno mismo y hacer carne la idea, para luego pasar a la generación de confianza y la transparencia en los actos.
Creo que la instancia más devastadora de cambio cultural dentro de una compañía que he presenciado fue la de un líder que no quiso cambiarse a sí mismo y principalmente debido a su personalidad, por lo cual, todo el resto del proceso fue fallido.
Por otro lado, hay que evitar por todos los medios que las jinetas o el cargo pesen en las conversaciones e instalar la cultura que transforme el imaginario general para que cada problema sea visto como una oportunidad de mejora.
Para esto, habrá que comunicar mucho, mostrarse dispuesto a escuchar, no poner peros, y por, sobre todo, exponerse y sentirse parte de un equipo.
Y no termina allí, porque hay que hacer que toda la línea de mando se comporte de igual manera para que todo fluya. Menudo trabajo.
Pero hay una buena noticia, cuando esto ocurra, resolver problemas será un deporte en el que toda la organización estará jugando y usted ya no sentirá la necesidad de poner carteles.