Cuando era chico, leía muchas novelas de aventuras, y entre ellas me apasionaban las de piratas.
Las sagas del Corsario Negro y sus hermanos (Corsario Rojo y el Corsario Verde), El Capitán Nemo y Sandokán, me llevaban a un mundo de aventuras, pero siempre había un hecho en ellas que me producía una rara y fea sensación, el repetido pasaje donde algún pobre desdichado debía caminar sobre la tabla.
Allí el destino siempre era la muerte, y el personaje en cuestión debía elegir entre morir rápidamente por la espada o hacerlo lentamente por ahogarse o ser comido por los tiburones.
En la gestión de proyectos, esta situación aparece repetidas veces, y el que camina por la tabla es el proyecto en sí.
¿Cuándo? Cuando las cosas se salieron tanto de su curso que ni tiempos ni costos soportan la menor comparación con lo estimado en el inicio.
Lamentablemente, demasiadas veces la elección es la muerte lenta,
es decir, postergar las decisiones todo lo que se pueda, dando excusas, prometiendo imposibles, incorporando más gente para ver si se termina a tiempo, reprogramando la reprogramación reprogramada… Infinitas formas de evitar la realidad.
¿Por qué sucede esto?
Bueno, aquí las respuestas dadas por los que pasaron por estas situaciones, son variadas, pero generalmente se pueden resumir en:
Miedo a quedar en evidencia como un mal gestor
Miedo a enfrentarse a los interesados y decir que el proyecto debe cancelarse
Miedo a quedarse sin trabajo
Vemos que el “miedo” es un factor común en todo esto, y es ese mismo factor el que nos lleva a esta situación al no levantar las alertas tempranas.
Darse cuenta que las estimaciones no son buenas, verificar en cada revisión periódica que el alcance es un objetivo móvil, ver que los recursos asignados no son aquellos en que se basó la planificación del proyecto, notar que la calidad de lo entregado no es buena y que esto generará retrabajos en el corto plazo, son todas señales de alarma que se encienden temprano, y que debiéramos usar para poner el proyecto en caja.
Sin embargo, el miedo muchas veces puede más…
Para que esto deje de suceder, no solo se necesitan valientes gestores de proyecto, también se requieren culturas organizacionales no punitivas, porque el error no es una falta, y por lo tanto no debe castigarse, sino aprender de él.
Lo peor de todo, es que muchas veces no solo el gestor de proyecto está consciente de los problemas, sino también los interesados, pero todos siguen en conjunto el libreto de una mentira bien escrita y avalada por sendas planificaciones, gráficos de avance, valor ganado supuesto, y otros tantos artilugios que nos dan las técnicas.
Lamentablemente, no hay recetas para arreglar esto de forma sencilla, y el cambio cultural, si bien es grande, es absolutamente necesario.
Quizás, las metodologías ágiles han venido, como el paladín de las aventuras, a salvar a algunas víctimas, ya sea por su elasticidad a la hora de planificar, por su necesidad de ingresar elementos a construir con valor definido para el negocio, por el chequeo en el corto plazo de lo producido, y otras ventajas.
Sin embargo, el héroe de las novelas tampoco llegaba a tiempo para salvar a todos.
Por ello, lo mejor para nuestros proyectos, es que el navío llegue a buen puerto, y para ello, debemos alertar e informar en forma temprana, ser transparentes en los avances y problemas, y estar atentos a las banderas negras con calaveras y tibias en el horizonte, para no ignorar los rumbos que nos llevan a aguas de piratas…