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Foto del escritorDaniel Sachi

Usando sus reacciones subconscientes, conscientemente

Actualizado: 25 sept 2020


cerebro iluminado, hombre pensando

A todos nos ha pasado alguna vez que, al hablar con alguien, o compartir un espacio, o participar de una reunión, sentimos una reacción física que puede ser una emoción, un caos momentáneo en el pensamiento, un nudo en el estómago, angustia, irritación, taquicardia, calor, etc.

Las reacciones emocionales se identifican bastante bien por las reacciones físicas que las preceden y esto nos puede dar pautas para usar esas reacciones subconscientes como alertas.

Si podemos hacer consciente esto que nos pasa, es decir, relacionar la reacción física con la emocional, podremos dominar mejor ciertas situaciones y dar una respuesta no tan emocional, sino más racional.

Para poder llevarlo a cabo, necesitamos tratar de analizar y definir cuáles son los elementos de la situación dada, que nos producen la correspondiente reacción física, y así ver qué hacemos con ella.

Supongamos que algo que dijo o hizo la otra persona durante la charla, nos produjo angustia evidenciada por la reacción física que la acompaña (opresión en el pecho, desanimo, etc.).

Este estado teñirá gran parte del resto de la conversación, si no toda, y posiblemente incida fuerte e inconscientemente en nuestras acciones o respuestas.

Siendo conscientes de la relación entre las reacciones emocionales y físicas, aprenderemos a anular o reforzar las emociones, dependiendo el caso, manteniendo controlada la marcha de las cosas.

Por ejemplo, si nos damos cuenta que, cada vez que a alguien le disgusta una respuesta nuestra, se nos hace un nudo en el estómago y sentimos la necesidad imperiosa de conseguir la aprobación de esta persona, o tratar de conseguir su afecto, esta reacción debiera ser manejada en forma consciente, porque quizás, lo que le ocurre al otro, debe ocurrir así y no debiéramos perder el tiempo en acciones que no apuntan a conseguir nuestros objetivos.

En este caso, nuestro dolor de estómago nos dirá “¡Cuidado! El disgusto del otro va a hacer que intentes componer la cosa. ¿Es esto realmente necesario?”.

Otro ejemplo puede ser que, un gesto que haga la otra persona que nos irrite, es decir, nos produzca ese apretar de dientes o esa crispación en los músculos.

Esta irritación irá poniendo su marca en cada una de nuestras respuestas, y seguramente tendremos algunas bastante agresivas.

Desarmar este surco mental puede llevar a buen puerto una conversación que estaba destinada a ser beligerante y con altas posibilidades de quedar trunca o transformarse en un problema.

Y tengamos en cuenta siempre, que quizás, ese gesto o esas palabras dichas por la otra persona, no fueron totalmente inocentes, que quizás el otro nos conozca más de lo que pensamos y sus acciones sean deliberadas para obtener esa reacción que juega en contra nuestra.

Parece una reflexión paranoide, pero debemos pensar que, si nosotros estamos jugando este juego, no sería para nada ilógico pensar que el otro también lo juega, y en esto, ganará aquel que mueva mejor sus fichas.

Una vez que dominemos la relación causa-efecto, o al menos que la manejemos conscientemente, tendremos más claros los disparadores de nuestras acciones inconscientes, y podremos utilizarlas convenientemente, aumentando nuestra capacidad de negociación, de motivación, de resolución e indefectiblemente, de relacionamiento.

Usemos entonces al subconsciente, conscientemente…


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